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La neuromodulación se utiliza en medicina estética para reducir notablemente las arrugas de frente, entrecejo y patas de gallo. Este tratamiento proporciona, por tanto, un aspecto más joven y rejuvenecido a los pacientes. En este artículo explicamos todas las características de los neuromoduladores, qué son y cómo funcionan.
Y detallamos los beneficios de los neuromoduladores en estética, aclarando en qué se diferencia esta técnica de las infiltraciones de ácido hialurónico.
A priori, el término ‘neuromoduladores’ quizá te pueda resultar extraño. Pero debes saber que, en realidad, se refiere a la conocida toxina que desde hace años se destina al rejuvenecimiento facial, pese a tener otros usos como paliar el bruxismo o mejorar el estado del cabello.
Los neuromoduladores actúan sobre el sistema nervioso, modificando la transmisión de señales entre las neuronas. En el sector de la belleza, se emplean específicamente para minimizar la actividad muscular que provoca arrugas y líneas de expresión. Pero solo se debe aplicar en arrugas dinámicas, es decir, aquellas que se forman debido al movimiento repetido de los músculos faciales.
Los neuromoduladores, en estética, se introducen bajo la piel sin dolor; tan solo se puede generar una pequeña molestia que dura pocos segundos. Tras ese momento, comienzan a interferir con la liberación de neurotransmisores, impidiendo que los músculos se contraigan de manera intensa. Como resultado, este tipo de arrugas y líneas de expresión se suavizan significativamente, dando lugar a una piel más lisa y joven.
El procedimiento de aplicación de neuromoduladores en estética es relativamente sencillo y rápido. Generalmente, una sesión dura entre 10 y 20 minutos, dependiendo de las áreas a tratar.
En cuanto a los resultados, estos no son inmediatos, sino que comienzan a ser visibles a partir de los dos o tres días siguientes, alcanzando su efecto máximo cuando transcurren dos semanas. Tras esta primera etapa, los resultados pueden durar seis meses o más, dependiendo de factores individuales como el metabolismo del paciente, la cantidad de producto inyectado y el área tratada.
En este sentido, para mantenerlos, son aconsejables las sesiones de mantenimiento periódicas (una o dos veces al año).
En síntesis, las ventajas de un tratamiento facial con neuromoduladores son las siguientes:
1. Reducción de arrugas de movimiento, es decir, las del entrecejo, la frente y las patas de gallo. Al relajar los músculos que provocan de estas líneas de expresión, se logra un aspecto rejuvenecido.
2. Procedimiento sin cirugía ni tiempo de recuperación: La técnica de la neuromodulación no requiere entrar a un quirófano ni permanecer después en reposo. Los pacientes pueden retomar sus actividades diarias inmediatamente después de la sesión. Prácticamente, la única indicación que te dará el especialista es que no hagas deporte intenso ni masajees el área tratada en 24-48 horas.
3. Resultados naturales: Administrados adecuadamente por un médico estético o cirujano plástico, los neuromoduladores en estética ofrecen resultados muy naturales, evitando la apariencia de «rostro congelado» que puede ser consecuencia de dosis excesivas o de ponerse en manos de un profesional no cualificado para ello.
Es importante distinguir entre los neuromoduladores, que son destinados a rebajar la actividad muscular, y el ácido hialurónico. Este último tiene un mecanismo de acción distinto, ya que no actúa sobre los neurotransmisores.
El ácido hialurónico es un tipo de relleno dérmico que se utiliza para aportar volumen, de modo que con él se rellenan arrugas estáticas, es decir, aquellas que son visibles incluso cuando el rostro está en reposo. El ácido hialurónico atrae y retiene agua, hidratando la piel y restaurando el volumen facial. En ese sentido, es eficaz para líneas profundas y surcos, como los nasogenianos (la arruga de la sonrisa).
No hay una edad específica para comenzar un tratamiento de neuromoduladores. En estética, las necesidades siempre varían según las características individuales y el ritmo de envejecimiento de cada persona.
No obstante, lo habitual es que los pacientes empiecen a considerar este tratamiento a partir de los 40 años, aproximadamente.
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